(publicado originalmente el 26 de junio de 2012 en cristobalcolonpr.wordpress.com)
Me lo encontré un día de semana, a la hora de almuerzo en Plaza del Norte, en Hatillo. Y doy los detalles porque trabajo en San Juan y andaba por ese lugar por “asuntos oficiales”.
Primero, debo decir que me encanta sentarme en sitios concurridos y observar las personas caminando o haciendo cualquier cosa. Miro cada detalle: rostros, expresiones, estilos de caminar, vestimenta… Busco “leerlos”, tratar de recopilar datos y crear en mi imaginación una historia que acompañe las imágenes visuales que analizo. Disfruto a la vez que aprendo en esos momentos.
Ya había comprado mi almuerzo y sentado me entretenía escaneando a la gente en el food court. A la vez que almorzaba, afinaba mis “destrezas de observación”. La mirilla se posó en un señor que comía algún combo de precio módico. Me imagino que por haber nacido y crecido en un pueblo pequeño, en una barriada casi-campo, podía identificarme con aquel caballero. Debía tener más de 60 años. Estaba vestido con un traje y corbata. La chaqueta y pantalón combinados, de una tela sintética, desde la distancia diría que poliéster. Los diseños de la tela me hacían viajar en el tiempo a mi niñez. Recuerdo que un compañerito en la escuela tenía una camisa “safari” (¿así era que le llamaban?) de ese material. Y por arreglar un hilito suelto le estropeamos la camisa. Halar un hilo de aquella tela era como en los muñequitos: podías comenzar a halar un hilo y si continuabas halando, terminaba la camisa desvaneciéndose, convertida en un enredo de hilos en el suelo. Creo que ya tienen la idea: un traje de poliéster de los 70’s.
En mi mente, ya el cuadro estaba completo. Este caballero venía de alguna montaña de Utuado, Arecibo o Camuy. Tendría alguna cita médica con algún ____ólogo especialista en Arecibo. Y si “bajaba pa’l pueblo” pues tenía que ponerse sus “mejores galas”. A fin de cuentas, su traje estaba todavía como nuevo; todos los años él cambiaba los macitos de pacholí de su closet.
Mucha gente lo miraba de manera rara. Y no puedo negar que mi primer impulso fue reírme por lo ridículo que se veía. Pero la risa no llegó a materializarse. Sólo me dio curiosidad. Cuando miré su rostro vi una de las sonrisas que jamás olvidaré en mi vida. No sé cómo describirla; sólo puedo decir que ese señor sonreía como si estuviera en el mejor de los restaurantes, con los mejores manjares, vistiendo las creaciones más recientes y elegantes de algún diseñador europeo. Ajeno a los juicios y pensamientos de quienes le miraban, aquel caballero se veía feliz; estaba feliz. Aquel hombre se disfrutaba aquel momento sin importar lo que otros pensaran.
En ese momento entendí, no con la cabeza sino con el corazón, que para sentirse bien sólo hay que SENTIRSE bien. Que aunque las circunstancias que me rodean pueden influir, para sentirme bien el factor determinante soy YO. Y dónde yo vaya, dónde yo esté puedo llevar ese bienestar, esa felicidad conmigo. Puedo escoger no lamentarme, ni torturarme por lo que no es o lo que no fue. Así trato de vivir mi vida: disfrutando y pasándola bien sin importar dónde esté y qué haga. Para sentirme bien, lo único que hace falta es que esté presente, aquí, ahora, con la intención de pasarla bien, de SENTIRME bien.
Nota:
Este pasado fin de semana comencé a escribir este artículo y como otros, se quedó inconcluso porque no estaba “inspirado”. Esta mañana vi este vídeo de TED.com y realmente me dio el empujoncito necesario para terminarlo. Te invito a que veas esta y otras presentaciones verdaderamente inspiradoras e interesantes. Muchas tienen la opción de subtítulos en español.