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Están infiltrados en todas partes. Desde hace mucho tiempo, aunque recién he podido atar cabos y asociar el fenómeno con las múltiples veces que los he encontrado a lo largo de toda mi vida. Héctor Colón me los recordó en su artículo; en su caso son los “ciclistas” con sus cascos, jerseys ajustados en colores llamativos, pantalonetas y zapatos “clipeaos” que muchas veces no guardan relación con sus habilidades atléticas ni con sus “perfectamente proporcionados cuerpos esbeltos”.

En muchas ocasiones y en muchos lugares he sido testigo de su presencia. Me refiero a Los Disfrazados:

  • El pastor que llegaba a la iglesia del vecindario vistiendo traje y corbata, con su maletín Samsonite en mano, más que preparado para brindar su prédica a los feligreses. Al verlo todo me parecía normal, hasta que veía a su hijo de 6 ú 8 años, igualmente ataviado de manera impecable, con un maletín similar.
  • Comenzando en mis caminos en la yoga, recuerdo los estudiantes nuevos que llegaban a las clases de mi maestra Shanti Ragyi. Algunos de ellos, en cuestión de 2 semanas, ya vestían en ropas blancas de algodón. Te saludaban diciendo “Namasté”, con una sonrisa que, para aquel entonces, me creaba dudas, aunque no entendiera porqué. Su tono voz al hablar se tornaba forzadamente apacible, casi monótono. Años más tarde, al escuchar a mi maestro Ganga White hablar sobre los white swans (cisnes blancos) que acompañaban constantemente a otros maestros, entendí un poco más.
  • También están los que comienzan a ejercitarse en un gimnasio y en su primera visita llegan con unos oufits y “tennis” espectaculares. Diría yo que, “mal tasao”, el costo de todo su atuendo sobrepasa fácilmente la membresía del gimnasio por todo un año.
  • Y para no aburrir con tantos ejemplos, aquí va el último: El (o la que) luego de recibir una promoción en su trabajo (por sus conexiones políticas o “panísticas”) en alguna agencia de gobierno, comienza a vestir de manera distinguida, elegante y hasta de apariencia inteligente.

Ellos son los que desde jóvenes han escuchado el dicho de que “el hábito no hace al monje”. Pero piensan que los refranes sirven sólo para analizar y juzgar a los demás. Inconscientemente (o con pleno conocimiento) creen que la vestimenta y la apariencia mágicamente brindan condición física, capacidad intelectual, personalidad y hasta carisma.

No quiero que me malinterpreten. Cada equipo y pieza de vestimenta, por ejemplo, de un ciclista, tiene su uso y justificación. Y sirven para facilitar el progreso en la disciplina, que comenzó con dedicación, esfuerzo y disciplina. En muchos casos, sirven como premio a la trayectoria y motivación para seguir “metiendo mano”. No me refiero a estos casos.

Hablo aquí de los que no entienden que los verdaderos cambios empiezan desde bien adentro. Los verdaderos cambios transforman tu ser, aunque sea de poco a poco. Y que la apariencia exterior cambia como reflejo del proceso interior, de la disciplina y dedicación con nosotros mismos. Es resultado del compromiso de querer vivir cada día mejor, para nosotros y nuestros seres queridos, no por el “figureo” ni lo que piensen los demás.

¿Te has encontrado con algún otro ejemplo de los disfrazados? Compártelo con tus comentarios.

Para más información Shanti Ragyi – Escuela de Artes Místicas           Ganga White – White Lotus Foundation

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